La luna se yergue sobre las escarpadas laderas del Monte Targon, distante y cercana al mismo tiempo.
Aphelios y su hermana gemela Alune nacieron durante un
inusual eclipse lunar, en el que el satélite del plano material se vio
eclipsado por su reflejo en el mundo espiritual. Por este motivo, los fieles de
la tribu de los Lunari los consideraron hijos del destino.
Esta idea se vio reforzada por el hecho de que los dos
hermanos quedaron marcados como reflejo del suceso celestial que había
iluminado su nacimiento: Aphelios recibió dones físicos, como la luna de roca,
mientras que Alune se vio imbuida de poderes mágicos, al igual que su reflejo
espiritual. Al crecer, los dos hermanos desarrollaron una profunda fe y pasión
por el misterio, la introspección y el descubrimiento, y abrazaron la oscuridad
no solo por devoción, sino por la firme creencia de que era lo único capaz de
mantenerlos a salvo.
Los Solari, la tribu que gobernaba el Monte Targon, tachaba
a los Lunari de herejes, y los obligó a esconderse hasta tal punto que casi
todo el mundo olvidó su existencia. Los fieles Lunari se vieron desplazados a
las sombras, a templos y cuevas fuera del alcance de los Solari.
Aphelios sentía la presión de ser un ejemplo para su pueblo.
Practicaba sin descanso con místicos filos de piedra lunar, derramando su
propia sangre durante los entrenamientos en preparación para el momento en que
tuviera que derramar la de otros en defensa de su fe. Su intensidad y
vulnerabilidad, sumadas al hecho de que no disponía de otra gente con la que
relacionarse, lo llevaron a desarrollar un profundo vínculo con su hermana.
Mientras que Aphelios se embarcaba en misiones cada vez más
peligrosas para proteger a los Lunari, Alune entrenaba su don de la
clarividencia y aprendía a servirse de su magia luminosa para revelar caminos y
verdades ocultas con la ayuda de la luz lunar. Con el tiempo, el deber la llevó
a abandonar el templo en el que ambos habían crecido.
Sin Alune, la fe de Aphelios se tambaleó.
En su desesperación por encontrar un propósito, se embarcó
en una ceremoniosa travesía a través de la oscuridad a la que los Lunari
recurrían para encontrar su camino, sus órbitas. Siguió la luz de la luna hasta
llegar a un pequeño estanque. Bajo la superficie florecía una variedad de flores
noctum muy poco común. A pesar de que eran venenosas, las flores podían
destilarse en un brebaje que abría el alma al poder de la noche.
Al beber la esencia de noctum, Aphelios se vio invadido por
un dolor tan insoportable que todo lo demás palideció en comparación.
Poco después, un antiguo templo conocido como Marus Omegnum
comenzó a materializarse desde el reino espiritual por primera vez en siglos.
De todos los recovecos de las laderas fueron emergiendo Lunari devotos para
contemplar el cambio en el equilibrio del poder: los ciclos celestiales rotaban
en los cielos.
La fortaleza solo aceptaba a un ocupante cada vez que
aparecía, y este había de tener poderes mágicos. Esta vez sería Alune, cuya
órbita la había conducido hacia el templo. Aphelios, que nunca exigía nada,
solicitó poder asistir a la ceremonia.
Sin embargo, en el momento en el que la fortaleza se
desvaneció al otro lado del velo, envuelta en luminosa magia, una luz aún más
radiante invadió la noche. A pesar de que los ciclos celestiales estaban esa
noche de parte de los Lunari, los Solari habían conseguido encontrarlos.
Un ejército se lanzó sobre ellos. El acero y el fuego de los
Solari aniquilaban a los herejes sin piedad, y todo parecía perdido. Incluso
Aphelios cayó derrotado, con sus hojas de piedra lunar hechas añicos. Echó mano
al noctum, con un fino hilo de sangre cayéndole por la barbilla...
Mientras la batalla continuaba, Alune se abrió paso hasta
las entrañas del tempo. Cuando alcanzó el centro, desbloqueó al fin todo su
potencial. Bajo los efectos del noctum, Aphelios pudo sentir cómo el poder de
Alune lo embargaba... y escuchar su voz. Con un susurro, la joven le brindó su
magia y materializó unas cuchillas de piedra lunar para sustituir las que había
perdido.
Al igual que la luna de roca y su reflejo espiritual, la
destreza de Aphelios y la magia de Alune convergieron.
Esos Solari jamás volverían a ver la luz del sol.
Con sus poderes recién adquiridos, Alune impulsó al templo y
a sí misma de regreso al mundo espiritual, donde permanecería a salvo de los
Solari. Desde el interior, con la estructura amplificando sus poderes, Alune
podía proyectar su magia a cualquier parte, siempre y cuando tuviera algo en lo
que enfocarla, como el veneno que corría por las venas de Aphelios.
Solo en ese momento entendieron al fin su destino. El dolor
vaciaría a Aphelios por dentro, pero podría albergar en su interior el poder de
la luna. Alune viviría sola, aislada en su fortaleza, pero vería a través de
los ojos de su hermano y podría servirle de guía.
Juntos, unidos por el dolor y el sacrificio, serían el arma
que los Lunari tanto necesitaban. Solo separados podrían estar unidos. Sus
almas se rozaban a través del velo, distantes y cercanas al mismo tiempo,
convergiendo para convertirse en algo que no alcanzaban a entender.
Para proteger a los supervivientes de la emboscada que
regresaron a las sombras de las laderas, Aphelios hace uso de sus técnicas de
asesino junto con la magia de Alune. Sus filos son ahora un arsenal de armas
místicas, perfeccionadas con la ayuda de Alune y la experiencia de interminables
misiones juntos.
Ahora que el equilibrio de poder en Targon está cambiando y los Solari han descubierto que los Lunari aún existen, Aphelios y Alune son más necesarios que nunca.
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